jueves, 3 de noviembre de 2011

Lejos.

 Detesto el silencio, ese que hace que te piten los oídos y oigas cosas que no están ahí; donde los crujidos de los muebles parecen decir cosas que quizá es preferible no escuchar.

 Aquella mañana, casi totalmente blanca, no pensaba lo mismo; blanca, por las paredes y las sábanas blancas, blanca por las blancas cortinas y el blanco de su piel desnuda y sin mácula. Tan sólo el azul intenso de su pelo y el olor a sexo flotando en el ambiente rompían ese aura de pureza.
 Se empezaban a oír los primeros coches ir de aquí para allá a toda prisa; los primeros pajarillos le cantaban al sol y las risas de los críos que iban a la escuela alegraban la calle, después de una noche de tormenta. 

 Cerré los ojos al fin, y extendí mi mano hasta agarrar un suave mechón de su larga melena. Y deseé el silencio.  Deseé con todas mis fuerzas, por muy maravillosa que pintase la mañana en ese momento, que en el mundo sólo existiésemos ella y yo. El lento sube y baja de su pecho coordinado con el sonido de su respiración; su cuello marcado por mis labios, símbolo de la pasión desatada tras nuestro reencuentro. 

 Suspiré, tanto de satisfacción por hallarme a su lado como de frustración por pensar en todo el tiempo que habíamos perdido.

 De pronto y sin esperarlo, sentí un dedo frío subir lentamente desde mi hombro hasta el mentón. Allí se detuvo y abrí los ojos.

 - ¿En qué piensas? - Allí estaba ella, observándome con curiosidad, apoyada en los codos y recorriendo mi cara con sus ojos grises. - ¿eh? -.

 Me lancé sobre ella, colocándome encima y mirándola fijamente a los ojos. 

 - En lo maravillosamente bien que me he despertado, ¿no te has fijado en lo rematadamente guapo que soy y en la mujer tan bonita que yace junto a mí? -. Le solté, dibujando una sonrisa torcida en mis labios que yo sabía que ella adoraba. 

 Puso los ojos en blanco, pero finalmente rió, sonrosándose muy ligeramente. La besé en la punta de la nariz y me senté en la cama, recordando una de las muchas cosas que tenía que decirle. La más grave de todas.

 - Calla... - Suspiré. No existían palabras para dar una noticia así sin causar dolor, así que fui directamente al grano. - Vladimir ha muerto. 

 Se sentó en la cama mirándome fijamente, esperando que le dijese que era una broma. Pasados unos segundos reaccionó, asimilando lo que acababa de decirle.
 Dio un salto y, revolviendo las sábanas, se levantó de la cama y se puso en pie. En un principio fue en busca del teléfono, pero inmediatamente después de descolgarlo, lo colgó de nuevo y fue en dirección al armario. Abrió la puerta de un fuerte tirón y empezó a rebuscar frenéticamente dentro de él. Finalmente, sacó una maleta.
 - ¿Cómo te has enterado? - Me preguntó mientras buscaba nerviosa los cajones del armario.

 -Me... Me llamó tu madre. Le conté que iba a venir a verte. Me pidió que no te dijera nada. - Comenzaron a sudarme las manos. Es posible que debiera haberme callado. - ¿Qué estás haciendo? - Empezó a meter ropa al azar en la mochila. 

 - La maleta. Nos vamos a casa. Tengo muchas cosas que arreglar. -

 Dio media vuelta sobre sí misma, me miró conteniendo las lágrimas en los ojos, y finalmente se desplomó y cayó de rodillas, sollozando. Me levanté de un salto y fui corriendo a consolarla.

 Acabamos hechos un ovillo, el uno en brazos del otro. Desnudos sobre el frío suelo.

 Y volvió el silencio. Un silencio que hacía que me pitasen los oídos y me exasperaba. Un silencio que significaba el fin del comienzo de la maravillosa vida que podíamos haber tenido. Juntos. Lejos de todo; de los recuerdos y del dolor.

2 comentarios: