domingo, 17 de marzo de 2013

Sorpréndeme esperando

 Pasamos la vida esperando; esperando que llegue el día, la hora, la persona, la mirada, incluso el beso y lo que ello conlleva. Y creemos que todo lo que esperamos será como soñamos, e indudablemente, por un momento, creemos que será real.

 Y allí estaba yo, de pie junto a aquel semáforo donde unas horas atrás había tropezado yo tan torpemente y donde aquel chico, Alex, al que sólo conocía por su cara de sueño y su forma de bostezar a tan sólo unos centímetros cada mañana, me había hecho la promesa de invitarme a comer. 
 No tardó demasiado en llegar, despeinado y un poco a la carrera. Estaba claro que no esperaba verme allí, porque en el momento en que me vio, puso cara de sorpresa y sonrió levantando las comisuras de los labios y mostrando los dientes. Es curioso que yo también me encontrase sorprendida, no sólo por el hecho de haber acudido, sino al verle sonreír; creía que era de esos chicos que nunca sonreía. 
 Me percaté de que, inevitablemente, me había hecho una imagen de él sin ni siquiera conocerle, así que decidí empezar de cero con él, ser simpática y bajar las defensas que había activado en el momento en que me habló. 
 Se acercó a paso rápido y en un par de zancadas llegó hasta donde yo estaba. Decidí sonreír y esperar a que él me saludara primero.

 - Qué puntual, ¿tantas ganas tenías de verme? -Me iba a costar mucho ser simpática.
 - No soy yo la que va a echar la bilis. 

 Sonrió desafiante y me anoté un tanto. 



 Me llevó a un local no muy lejos de casa. Había estado pasando durante años por la puerta y nunca había entrado. Un discreto cartel metálico sobre la puerta anunciaba ''Guilty''. Para entrar había que atravesar dos puertas: Una de rejas como la de una celda y una de madera pulida bastante pesada. Alex me sostuvo la puerta para que pasara. 
 El lugar me resultó terriblemente original, con las paredes de cemento y cuentas de días infinitos en las paredes. Las mesas eran de metal también y las sillas, aunque de barrotes y aspecto incómodo, eran sorprendentemente confortables. Eché un ojo a la carta y me fijé en que todos los platos tenían nombres peculiares. Yo pedí una silla eléctrica, que consistía en un filete poco hecho con una salsa de queso roquefort un poco fuerte, mientras que Alex pidió una muerte lenta, que venía a ser un enorme bistec de al menos dos dedos de grosor que, muy a duras penas pudo acabarse. 
 Sonaba música estilo años cincuenta y al reconocer la canción, me concentré cerrando los ojos, en la suave voz aterciopelada del cantante.

- ¿Te gusta ésta música? 
- Ahám. -Asentí sin abrir los ojos.
- ¿Conoces la canción? 
- Ahám. 

 Se quedó en silencio visto mi poco interés en mantener una conversación que requiriese una palabra de más de dos sílabas por mi parte. 

- Apenas has abierto la boca mientras comíamos.
- La he abierto, pero sólo para comer. 
- Eres aburrida.
- Y tú un maleducado.
- Vaaaya, además eres una señoritinga pija. -Abrí los ojos.
- De eso nada. 
- Oh, vamos, -Por su cara se extendió una sonrisa burlona.- ni me había fijado en la marca de tu jersey, ¡a saber cuánto te habrá costado!
- ¿Siempre eres así de irritante?
- ¿Siempre eres así de irritable?
- He preguntado yo primero. 
- Y yo he pasado de contestar.
- Mira, no sé para qué me has invitado a venir. Será mejor que me vaya.

 Su cara se puso seria de golpe.

- No puedes irte.

 Le miré, sorprendida, buscando una razón coherente que me atase esa persona, en ese lugar y en ese instante. En la canción sonaba un sólo de trompeta. Aguardé, parecía querer añadir algo.

- Necesito tu ayuda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario