martes, 31 de mayo de 2011

No te creas que no me he dado cuenta.

 Digamos que yo siempre he tenido los pies bien puestos sobre la tierra y, aunque me deje llevar bastante por la imaginación y me fascinen los seres fantásticos de libros, mitos y leyendas, jamás en la vida pensé en que realmente pudiesen existir. Pero ahí estaba él. No tenía la más remota idea de qué se suponía que era, ¿un mutante, una persona, un pobre superviviente a los experimentos de Mijail Kolvenik, o algún tipo de muestra del daño que provocan todas esas mierdas nucleares?

 No se me ocurría nada que explicase qué tenía exactamente delante, y, tenía la ‘’ligera sensación’’ de que no iba a aclarármelo aunque yo le preguntase, aunque estaba bastante segura de que tenía la capacidad de hablar, de entender y poder comunicarse. Así que todo lo que hice fue extender la mano. En principio fue un acto involuntario en señal de que no era peligrosa y, un poco, intentando expresarle que deseaba que nuestro encuentro se desarrollase de forma pacífica, pero al ver que su rostro se suavizaba –pude incluso vislumbrar un atisbo de pena en sus ojos, tristeza y ganas de ser comprendido, como pidiéndome que no huyese de él- con suavidad acerqué la mano y le acaricié la mejilla.
 Cerró los ojos ante el contacto y sonreí al ver que, realmente, no quería hacerme daño.
 De repente, escuchamos un ruido que provenía del fondo el pasillo, a su espalda. Ambos dimos un respingo. Él endureció el rostro de nuevo, me dedicó una última mirada que me pareció una disculpa y desapareció en la oscuridad que había a mi espalda.
 Al principio pensé en seguirle, pero no podía ver nada más allá de mis manos, así que decidí volver por donde había venido, aunque, después de haber oído aquel ruido, proveniente de esa dirección, me asusté.

 Comencé a andar a paso lento con todo el sigilo del que fui capaz, y, aún así, tropecé un par de veces con estrépito.
 Entonces me encontré ante el cruce que se dividía hacia los cuartos de baño y la lavandería y el pasillo que conducía a la cocina, el restaurante y el bar. Ipso facto, me vino a la mente.

 Alex.

 ¿Cómo había podido olvidarme de él y dónde se encontraba ahora? Estaba herido, muy malherido, y la última vez que le había visto había perdido bastante sangre.
 Comencé a gritar. Si había algo o alguien allí, no me importó. Tenía que encontrar a Alex. Tenía que ayudarle.

 -¡¡Alex!! ¡¡Alexander!! ¿Dónde estás?- Me eché las manos a la cabeza. ¿Hacia dónde debía dirigirme? 
¿Dónde estaba Alex?

 Por suerte, oí un grifo y, aunque en un principio me aterrorizó, opté por ir hacia los baños.
 Y allí estaba él, con la ropa empapada en sangre, apoyado en la pared con la mano sobre la llave de uno de los grifos.
  En cuanto me vio entrar, sonrió y se dejó caer al suelo.
  Encendí la luz y me apresuré a cerrar el grifo y, acto seguido, sentarme a su lado.

 -Te… oí gritar.- Seguía sonriendo.
  
-Lo sé, lo sé. Ahora cállate. Estás muy mal. Déjame ver esas heridas.-

  Con gran esfuerzo se levantó la camiseta y pude ver gran cantidad de cortes en todo su torso. Cerré los ojos con fuerza y aparté la cara. Volví a abrirlos segundos después y me sorprendí al mirar hacia su pierna. Me quedé sin aliento. Tenía la rodilla derecha doblada hacia dentro de una manera imposible. Me entraron náuseas y los ojos se me anegaron de lágrimas.
 Suspiré.

 -Ah… yo, yo…- No sabía qué era lo que podía decir. Sólo podía mirar furtivamente de su rodilla a sus ojos.

 -Tranquila.- Hablaba en apenas un susurro. Si no hubiese visto la mueca de dolor que había dibujada en su cara, habría jurado que estaba totalmente sereno. –La policía debe de estar al caer, y junto con ellos, alguna ambulancia.-

 -¿Aguantarás? Es decir…-

 -Claro que aguantaré. Tengo una promesa que cumplir.- Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared.
  Yo me eché a llorar, hasta que, después de unos minutos me calmé y apoyé la cabeza sobre su hombro.

 -Te quiero.

 -Lo sé. No te creas que no me he dado cuenta.

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